jueves, 25 de septiembre de 2008

Andy Summers: "One train later"


LA MÚSICA PERMANECE


Abundan actualmente las biografías de las "estrellas del rock", generalmente escritas por periodistas más o menos profesionales o incluso por meros fanáticos que logran consagrar su devoción al ídolo de turno mediante la publicación de su "esbozo" biográfico. Menos frecuente es que los músicos de rock tomen la pluma y desgranen sus vivencias personales para compartirlas con un público lector. Más raro aún es que un músico de rock logre relatar su vida de forma amena, apasionante y talentosa. "One train Later", el ensayo autobiográfico de Andy Summers, publicado en español con el título "EL tren que no perdí" (Global Rythm Press. Trad. Carlos Abreu) aparece como una rara joya que puede disfrutarse en todo sentido, plena de humor, sabiduría de carretera y de biblioteca y años y años de incesante búsqueda musical.

El libro es presentado como un largo y meditativo "flashback", previo al último concierto de Police en el Shea Stadium en 1983. La infancia y la adolescencia de Summers resultarán familiares para cualquiera, con sus ilusiones, sus juegos, sus inesperados y a veces siniestros descubrimientos sobre el mundo "adulto" que lo rodea. Y por supuesto, el primer encuentro con la guitarra, las tempranas influencias y búsquedas musicales y su firme determinación de distanciarse todo lo posible de cuanto pudiera acercarse a un cliché musical. Summers habla de Eric Clapton y de Jimi Hendrix con admiración y afecto, pero deja muy clara su decisión de tomar distancia de la autopista musical que ambos recorrían. Sin ningún atisbo de pedantería o suficiencia, Andy busca a sus mentores entre la gente del jazz: Miles Davies, John Coltrane, Wes Montgomery, Kenny Burrell... extrañas influencias para quien terminaría siendo el guitarrista de lo que originalmente era un proyecto de grupo "punk".

Los míticos "años sesenta", el "verano de amor", el "hippismo", el "flower-power" y cómo no, las drogas y el LSD aparecen en el relato de Summers, que retrata la época como el fotógrafo que es, con una notable lucidez que le impide caer en falsas idealizaciones y mostrándonos las facetas tontas, absurdas, banales y oscuras del fenómeno; sin renegar por ello de que efectivamente "hubo un tiempo que fue hermoso".


En los 70' Andy se convierte en una figura al principio errante y luego solicitada en el mundillo impreciso de los "sesionistas", siempre con la inquietud de que en "alguna parte" debe estar lo que busca. Y luego, en el último tercio del libro, empieza LA HISTORIA, luego de su encuentro con Stewart Copeland y por supuesto, Sting. El tren al que alude el título es real y a su vez una metáfora: si bien los músicos ya se habían conocido e incluso tocado juntos en varias ocasiones, Summers atribuye a ese encuentro en particular con Copeland en el andén del subte el momento en que el Destino realizó el viraje.

A estas alturas, a nadie sorprende confirmar que efectivamente el ego de Sting alcanzó proporciones desmesuradas y que The Police fue, además de muchas cosas, su trampolín personal hacia el éxito. Pero Andy relata todo con la calma y la mesura de un veterano de guerra cuyas heridas ya no sangran. Más dolorosa que la batalla contra Sting resultó para él la separación de su mujer y su hija, aunque luego, como un increíble "happy end", ambos se reconcilian y vuelven a reunirse.


¿Logró el guitarrista Andy Summers alcanzar aquello que buscaba? Cedámosle la palabra - el momento es aquel en que graba la inconfundible, emblemática guitarra de "Every breath you take":

"Con esta frase hago realidad un sueño que puede que haya albergado desde que agarré por primera vez una guitarra cuando era un adolescente: hacer algo, por lo menos una vez en la vida, que dé la vuelta al mundo, crear una frase que sea tocada por guitarristas en cualquier parte... ¿Llegas a superarlo realmente alguna vez? Puede que no y puede que sea éste el punto donde debería acabar la historia, conmigo aquí de pie, sonriendo como un idiota, sintiéndome un héroe y sencillamente feliz por haber gustado."


La historia, desde luego, no termina aquí. Police se ha reunido recientemente y aún con el paso del tiempo, el buen vino se ha añejado bien. Cada pequeña cosa que Andy hace es mágica, no hay ninguna duda; y es un gusto comprobar que su habilidad, su talento y su sinceridad alcanzan también a su palabra escrita.
El libro cierra con estas frases:

"En la música, los instantes más intensos se producen cuando conectas con los demás músicos, cuando vuelas, cuando acaricias el espíritu de las notas y el público está allí contigo. Sting, Stewart y yo vivimos momentos como esos muchas veces. La música permanece."

lunes, 22 de septiembre de 2008

EL FUZZ


Una pregunta interesante: ¿cuándo comenzó la asociación de ideas "guitarra eléctrica=ruido"? Al fin y al cabo, gente como Charlie Christian o T-Bone Walker, pioneros del instrumento, no hacían mucho más "ruido" con sus guitarras que una sección de vientos de una big-band - en realidad, se me ocurre que en cuanto a decibeles estaban en clara desventaja. Probablemente, cuándo no, la culpa fue de los Beatles, pero nadie pensó que en realidad el "ruido" lo hacía el público, por lo cual a los músicos no les quedaba otra que subir el volumen de sus amplificadores... Como fuera, hubo un momento en que los guitarristas se dieron cuenta de que un sonido "distorsionado" saliendo de los parlantes era particularmente efectivo, sobre todo cuando se trataba de interpretar un solo. Se atribuye a Eric Clapton el mérito de haber descubierto la combinación "Gibson Les Paul + Marshall al mango", para sacar un aullido como no se había escuchado antes - confiérase el álbum de los Bluesbreakers conocido como el "Beano". Poco más o menos por aquellos años, arriesgados experimentadores que se adentraban en el nuevo universo de los transistores inventaron unos aparatejos diabólicos que hacían que una guitarra sonara "sucia" y "eléctrica" cien por cien. Uno de estos aparatejos, tal vez el pedal de efectos más salvaje, primitivo y rudo jamás creado, sería conocido por el onomatopéyico nombre de "fuzz".

Fue la Gibson la empresa que dio el mal paso con el "Maestro", un pedal que, por increíble que parezca, en un principio estaba diseñado como un aditamento para las grabaciones... para los bajistas de jazz (!!?) (información suministrada por la revista "Guitarrista"). Desde luego, el riff de "Satisfaction" de los Stones le dio carta de identidad al fuzz. Es un sonido al borde de lo hiriente, de lo desagradable, ajeno a cualquier tipo de sutileza. Es quizás el Primer Gran Sonido distintivo del rock.


Mi experiencia con un fuzz (un DOD FX52, muy alabado por la "Guitar Player" en un artículo dedicado a la "distorsión") es relativamente reciente - siempre me simpatizó más el sonido más moderado y manejable del "overdrive", algo así como el lado "fino" de la distorsión. Desde luego, el fuzz es un pedal muy temperamental y no se anda con vueltas. No admite términos medios y no pacta con el músico. Se impone "de pesado" en el sonido de la guitarra. Las notas sonarán angulares, rechinantes.


Pero, amigos, qué sensación de PODER en la punta de los dedos, qué proyección del sonido que parece lanzarse directamente desde la cuerda a los tímpanos - casi como si se "salteara" el amplificador. Prueben sus riff de los sesenta favoritos: "You really got me" o "Sunshine of your love", por ejemplo y quedarán asombrados - uno casi se siente Dave Davies o el mismísimo Eric...


Hay una mitología que todos los guitarristas conocemos acerca de los "fuzz con transistores de germanio", supuestamente muy superiores a los "transistores de silicio". No sé hasta dónde hay que creer todo esto. Ciertamente, ningún pedal es una réplica exacta de sí mismo (un "clon") y es innegable que habrá sutiles diferencias incluso entre modelos idénticos de la misma marca. En definitiva, lo único aconsejable en estos casos es ver lo que hay disponible en plaza, lo que hay disponible en nuestras billeteras y salir a la búsqueda de ése fuzz que está allí esperándonos... para ayudarnos a hacer todo el ruido posible, desde luego.

jueves, 11 de septiembre de 2008

SNOWY WHITE






AVE DEL PARAÍSO




Muy a menudo cada vez que uno cree que ya no le queda más nada por descubrir en el mundo de la guitarra eléctrica, aparece bruscamente una revelación. No necesariamente algún talento nuevo o emergente (lo cual sería algo bastante normal) sino una figura con una trayectoria bastante destacada y extensa de la cual nunca habíamos oído absolutamente nada. Ahora, "eso" es una revelación, algo que casi siempre me deja con la sensación de fastidio y la pregunta "¿cómo c*r*j* no conocía yo a este tipo?" Prueba de lo lejos que este rincón del planeta está del mundo, por si hacía falta, al menos en lo que se refiere a nivel musical. Bien, probablemente no he descubierto América, pero recientemente "descubrí" a "Snowy" White.


Cualquiera que se cuelgue una Les Paul dorada tiene que tener, a mi juicio, cierto nivel, cierta categoría como intérprete, para atreverse a lucir un instrumento de tal magnitud. Slash, qué duda cabe, es un ejemplo notorio, aunque sin negar que el tipo "toca", hace surgir el lado más rudo de su elegante instrumento. Ahora, cuando gracias a Internet y a Youtube vi a Snowy White interpretando "Bird of Paradise", sentí que de alguna forma el toque de este individuo encajaba admirablemente con esa Les Paul. Juzguen por sí mismos:






El "árbol genealógico" de Snowy como intérprete incluye,evidentemente,a B.B. King y a Peter Green. Por mi parte, su sonido me hizo evocar a David Gilmour y su técnica a Mark Knopfler (hay por ahí otro video en el que toca "con los dedos" -"fingerpicking" - al mejor estilo de Mark). Por ahí anda también algo de su contemporáneo Gary Moore, otro discípulo de Peter Green. Es curioso comprobar como todas las "ramas" se entrecruzan: Snowy actuó como miembro de "Thin Lizzy" - por donde también pasó Moore - y participó junto a Roger Waters en el concierto de "The Wall" ante las ruinas del Muro de Berlín en 1990.




Probablemente para algunos será fácil desdeñar a Snowy como un intérprete de segunda fila, un copista meloso de los duros "bluesmen" originales. Creo que de ser así se estaría cometiendo un lamentable error y una grave injusticia. A pesar de lo bien poco que se sabe de este indviduo por estas playas, vale la pena apreciar su fineza y buen gusto a la hora de hacer sonar su guitarra. Casi como una auténtica "ave del paraíso".